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viernes, 22 de febrero de 2019

Inyección




Inyección

Y allí estaba yo, en la estación de autobuses completamente perdida. Con un paraguas roto en una
mano y el móvil a punto de apagarse en la otra, ¿por qué demonios no llamaba Tom?
Qué sola me sentía allí sentada, esperando, mientras el frío atravesaba las puertas de la estación
abiertas de par en par. Toda aquella gente que esperaba para viajar a última hora, guardando cola
para sacar sus billetes. Es como si el tiempo se dilatara para darme la oportunidad de analizar todo
aquello, ubicándome en un punto sombrío y desapercibido del lugar.



Volví a mirar el móvil, pero ni rastro de llamada alguna. Estaba planteándome realmente el
volverme a casa bajo la lluvia, soportando el sopor de aquel violento viernes de otoño.

- ¡Vale, se acabó!- perdí la paciencia levantándome del incómodo y metálico asiento.
Me dirigí hacia la puerta. Pasé por al lado de un pobre diablo que parloteaba consigo mismo,
mientras se rascaba la sucia y desordenada cabellera.
- Qué pena de mundo...- pensé mientras le echaba un último vistazo a aquel casi
anciano, desamparado, que empezaba a mojarse bajo la lluvia.
Ya había conseguido medio abrir el vergonzoso paraguas cuando recibí la esperada llamada:
- Ya era hora...- respondí intentando parecer desenfadada.

- No seas tan impaciente, sabes que siempre llego...- Tom respondió en tono dulzón-
Date media vuelta...

Cuando me volví, encontré a Tom cruzando las puertas de la estación y pasando al lado del hombre
antes citado. Apenas se percató. Típico de Tom no fijarse en nada a su alrededor...

Llegó hasta mí con su media sonrisa (fría, en mi opinión). Me dio un par de besos y se quedó
esperando a que dijese algo cálido, pero tras la larga espera, no estaba de humor para palabras
bonitas.

- Cada día te encuentro más descortés...- quise parecer cruel, pero su respuesta fue una
carcajada conciliadora.
Alzó el maletín para indicarme que lo traía todo, de modo que me di media vuelta y empecé a andar.

La lluvia comenzó a caer violentamente, pensé que tal vez se abriría un agujero en el débil paraguas
que traía conmigo.

Mientras nos abríamos paso por el diluvio que castigaba la ciudad aquella noche, oí a Tom maldecir
a un par de charcos en los que había metido el pie derecho.
El piso quedaba a media hora de la casi destartalada estación de autobuses. Aceleramos el paso
cuanto nos permitió la lluvia.

Al llegar a la puerta del portal saqué las llaves con un ligero temblor y abrí despacio mientras nos
introducíamos en el oscuro pasillo vecinal.

- Pasa...- le dije a Tom con sequedad mientras mantenía la puerta de mi piso abierta.
- Después de ti...- sonrío con un deje de malicia. O eso me pareció.
Pasé y él inmediatamente me siguió guardando poca distancia entre los dos. Al llegar al salón, a
tientas encendí la luz y descubrí la parafernalia que había preparado.
- Ya veo...- dijo Tom acercándose a las cadenas que colgaban de la pared.
- Nunca se sabe...- cerré los ojos a tiempo que sentía aquella familiar sacudida en mi cabeza
volver de nuevo.

Me agarré fuertemente la cabeza con ambas manos, al tiempo que me agachaba poco a poco hasta
quedar de rodillas en el suelo. Sentía cómo el cerebro me vibraba con gran intensidad, y comenzaba
aquel sudor frío. Tenía la sensación de que la cabeza me iba a estallar de un momento a otro; sentía
cómo la presión del cerebro crecía bajo mi cráneo, y entonces me desmayé.

Al volver en mí, vi a Tom observándome desde el sofá. Me incorporé algo aturdida y logré
enfocarle.

- ¿Hace cuánto del anterior... ataque?- preguntó con interés fingido.
- Seis horas...- me levanté del todo y me dirigí hacia él.
- Bien...- abrió el maletín y comenzó a sacar un par de probetas, una jeringuilla, unos botes de
un líquido ámbar y una aguja sin estrenar en su plástico correspondiente.
- Espero que sepas lo que haces...- mi voz sonó más ronca de lo habitual.
- Tranquila. Ya sabes que he estado años tras esto.

Tom me inmovilizó brazos y piernas con las cadenas de la pared. El frío del metal terminó de
traerme de nuevo a la realidad. Con jeringuilla en mano, se acercó de nuevo a mí y me inyectó la
solución que había obtenido de las probetas.

Por unos instantes, noté cómo el líquido espeso recorría mi brazo izquierdo hasta mi corazón. Un
dolor agudo y punzante se apoderó de mi pecho mientras la sangre conducía aquella “pócima” por
el resto de mi cuerpo. De repente, un silencio atronador se apoderó de mis oídos y un frío intenso
recorrió mi garganta aprisionándola; enmudeciéndola; apretándola hasta cegarme por completo.
No sé si pasaron unos minutos, tal vez horas en completa penumbra. No podía levantar la cabeza,
apenas podía sostener tal peso sobre mis hombros doloridos. Allí, en completa ceguera, permanecí
completamente vulnerable a lo desconocido de mi alrededor.

Un intenso olor a tierra mojada penetró hasta mis pulmones, y con un repentino arranque de
renovada fuerza levanté la cabeza aún sin atreverme a abrir los ojos. Me pareció imposible, pero
tuve la sensación de escuchar los latidos acelerados del corazón de Tom. Apreté los dientes al notar
un intenso dolor en el brazo inyectado. Al parecer, aún tenía la aguja incrustada en la vena y se me
estaba cayendo por el peso de la jeringuilla.

Tom había retrocedido un par de pasos en silencioso pavor. Notaba cómo el miedo se estaba
apoderando de él, casi podía saborear el gélido sudor que estaba recorriendo su cuello, su frente...
Por fin abrí los ojos, lentamente. Al principio pude distinguir el suelo de madera entre una ligera
neblina que parecía haberse instalado en mi retina. Levanté despacio la cabeza con un sonoro
crujido de cuello. Miré a Tom enfocándolo con dificultad.

- ¿Te encuentras... bien?- preguntó Tom, tímido.

Con un arranque, lleno de una iracunda fuerza ajena, me desprendí de las cadenas con una facilidad
asombrosa. Tom cayó de rodillas, aprisionado por el pavor que le produje. Su cuello no fue rival

para mí. De ahora en adelante, el mundo me pertenecía gracias a Tom...


María Dolores Prieto Criado        

Sobre la autora:

María Dolores Prieto Criado tiene 29 años y es de Córdoba (Andalucía). 
Ha sido seleccionada y publicada en varias antologías de diversidad literaria: 
Otoño e Invierno IV, Microterrores V e Inspiraciones Nocturnas VI.

                                             
febrero 22, 2019 / by / 0 Comments

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